«una hilera de decorosas casitas con jardines
para pobres familias venidas a menos, instaladas en ellas por el prior de dicho
hospital (St. Mary Spittle), cada una de las cuales pagaba un alquiler de un
penique por año para las navidades [...] pero, después de la supresión del
hospital, estas casas, por falta de reparaciones, se arruinaron tanto en unos
cuantos años que se las llamaba Rotten Row (La Hilera Podrida) y las pobres y
maltrechas [...] casas fueron vendidas, por una pequeña cantidad de dinero,
pasando de Goddard a Russell, un pañero, quien las reconstruyó y las puso en
alquiler con buenas tarifas, cobrando también grandes multas a los inquilinos,
casi tanto como le había costado adquirir y reconstruir las casas».
No bien se
aceptaron los principios de apropiación capitalista, exentos de todo sentido de
responsabilidad social, los cuchitriles contaron con autorización para
prosperar. Avenel, el autor del tratado histórico clásico sobre Money and Prices, señala un nítido punto
culminante en el siglo XVI. A partir de entonces, en Francia, los alquileres
urbanos suben y exigen una parte desproporcionada del presupuesto del
trabajador urbano. El cambio concreto debió de producirse en muchos lugares, en
Londres, por ejemplo, antes del siglo XVI: de otra manera no podríamos
explicamos esas líneas indignadas en Pedro
el Labrador: «Compran casas, se hacen propietarios; si vendieran
honradamente no edificarían tan alto». En el siglo XVI Robert Crowley
confirmaba esta observación en sus versos sobre «Rent Raisers» (Los que suben los alquileres):
Un hombre que tenía tierras de diez libras por
año
inspeccionó las mismas y las alquiló caro;
de modo que con diez libras hizo una veintena
de libras más por año que lo que otro antes hiciera.
Los nuevos
centros comerciales, con sus poblaciones cada vez mayores, fijaron el ritmo
para la intensificación del uso de la tierra; y cuanto más limitada era la
cantidad de tierra disponible, debido a la constricción natural, como en el
caso de la montañosa Génova, o debido al monopolio privado, como en Viena o
Londres, más altos eran los alquileres y mayores las posibilidades de beneficio
mediante usos degradados y antisociales. Lo que las compañías navieras
descubrieron en el siglo XIX, con su explotación de los pasajeros de proa, ya
lo habían descubierto mucho antes los propietarios de terrenos: las ganancias
máximas no se obtenían facilitando comodidades de primera clase para los que
podían pagarlas a buen precio, sino hacinando en tugurios a aquellos cuyos
peniques eran más escasos que las libras para un rico.
Antes de
mediados del siglo XIX ya había muchas partes de Londres, Nueva York y París de
las que se podía decir con seguridad: cuanto peor la vivienda, mayor la renta
total de la propiedad. El único límite para esta feliz realización, consistente
en estrujar a los pobres para lucrarse con sus necesidades, surgió cuando el
costo del delito, el vicio y la enfermedad en el tugurio, reflejado en
impuestos, empezó a aminorar la ganancia neta obtenida de los alquileres. En
Londres esto no se produjo hasta la época victoriana, cuando se efectuó en el
municipio una eliminación de cuchitriles al por mayor, en parte para adquirir
nuevo espacio para la expansión comercial, pero también en parte para eludir la
creciente carga de la ley de pobres de la parroquia.
La
transformación de las antiguas casas más espaciosas en inquilinatos
apelmazados, donde toda una familia - y a menudo más de una família - podía
hacinarse en un solo cuarto, no bastaba para dar cabida a la población
creciente de las ciudades más «prósperas». Era necesario construir nuevos
barrios que aceptaran desde el comienzo estas condiciones abyectas como norma.
Según la
autobiografía de Roger North, la edificación para especular comenzó en gran
escala en Londres con las empresas del doctor Barbone después del Gran Incendio
de 1666. La disminución de viviendas que se produjo entonces le brindó una
oportunidad favorable. (..)